LA EMBRIAGUEZ DEL ICONOCLASTA


No existe el iconoclasta puro: siempre suplanta un mito por otro, una falsificación por otra.

El último ejemplo son los descreídos de la Transición, a la que tachan de burda componenda, de cesión intolerable, mientras erigen una imagen de la Segunda República absolutamente parcial y tendenciosa.

Porque, como se puede deducir de sus loas y cánticos, la Segunda República a la que apelan los nostálgicos de otros tiempos no es, imagino, la de Alejandro Lerroux, la del Bienio Negro y la masacre de Casas Viejas, sino sólo la de las primeras ilusiones (enseguida frustradas), los proyectos bienintencionados (pronto superados por la realidad de un país cerril y alpargatero) y las buenas intenciones (inmediatamente aplastadas por la bota de la decepción).

Pero puede que sea mucho pedir, a estos nuevos cantores de mitos antiguos, un poco de rigor histórico, incluso que lean y se documenten. (Lo más curioso es que muchos de los devotos de esta nueva religión laica son personas formadas, incluso tituladas, de las cuales cabría esperar algo más de honestidad intelectual). Pasarán de puntillas sobre las atrocidades de su propio bando: ni pío acerca de las sacas indiscriminadas, de los asesinatos de sacerdotes, de la masacre de Paracuellos, y menos aún del exterminio de los miembros del POUM de Andreu Nin a manos del PCE, por orden de Moscú. Todo eso, y mucho más, duerme en la cuneta de la memoria de la "izquierda", mecida convenientemente por la prensa digital, nueva iglesia supuestamente aconfesional y faro incorruptible de la santísima laicidad.

No se trata, sin embargo, de que los nuevos creyentes estén siendo engañados o manipulados, no: esto es una embriaguez voluntaria, una ceguera libremente elegida, pues bien se puede reclamar la república como modelo de Estado sin necesidad de envolverse en una bandera detrás de la cual se oculta una época aciaga de nuestra historia como nación, ya que si de algo no puede presumir precisamente la Segunda República es de ser modelo de nada. Antes al contrario.

Pero vete tú a contarle a un iconoclasta en plena campaña de renovación mítica que sus ídolos están hechos del mismo barro que los del bando contrario...