MANIFIESTO MEDIOCRE


En los últimos tiempos, en las redes sociales se ha generalizado el uso del epíteto "grande" para elogiar cualquier cosa: una obra literaria, un autor, un espectáculo, un intérprete... Grande sería sinónimo de bueno. ¿Por qué? Lo ignoro. ¿Acaso no advierte el refranero que "en el bote pequeño está la buena confitura"? No importa. Hoy en día, la virtud está en la magnitud, a condición de que sea superior a la media.


A este prejuicio le acompañaría otro, no menos aberrante pero de mayor tradición: "alto". La cocina buena sería "alta cocina", el mejor sonido lo proporciona un equipo de "alta fidelidad" y así hasta llegar a la "alta literatura", concepto abstruso donde los haya porque, ¿qué significa? ¿Que su autor mide más de 1,80? ¿Que trata de asuntos espirituales? ¿Que ha sido editado en formato... grande? Misterio.

Estas inercias léxicas trasladan al ámbito conversacional un progresivo desplazamiento social de mayor calado: en lo sucesivo, o eres alto y grande (o sea: eres 'más' que los demás), o no llegarás a ningún sitio. Tras unos epítetos de apariencia inane, late la imposición de un modelo jerárquico de las relaciones humanas, según el cual el que sobresale -otra pejiguera recurrente: la excelencia- sobrevive, y el que no se verá condenado a lustrarle los zapatos, incluso literalmente. El ganador se lo llevará todo...

Yo, que no soy demasiado alto ni demasiado grande (aunque tampoco todo lo contrario), me niego a dejarme llevar por esta corriente. No quiero ser mayor ni mejor que los demás, ni siquiera compararme con ellos, no es necesario, no lo necesito. No abogo por un concepto opresivo de la igualdad -nadie es igual a nadie, todos somos únicos-, sino porque me dejen en paz con sus carreras, concursos y competiciones. No quiero destacar, ni me gustan los que lo necesitan para sentirse bien consigo mismos. Es más, siento una irrefrenable simpatía por los discretos, los medianos, incluso los mediocres: esos que sólo son... ellos, sin esfuerzos por "superarse", ni batir marcas, ni aplastar al vecino para descollar por encima de él.

Queda bastante gente así, por el mundo. Sólo que cuesta dar con ella, porque no vive obsesionada con ser visible; incluso se diría que, de algún modo, se ocultan (siguiendo, consciente o inconscientemente, el adagio clásico que reza que "quien bien se oculta, bien vive"). Pero, cuando las encuentras, ¡qué vivo alborozo! ¡qué revelación! Porque, esa es otra: el mediocre reconoce perfectamente a quienes son como él -medianos... a la manera única de cada cual-, y también disfruta con el hallazgo. No pasa un día en que no sueñe con descubrir a un nuevo mediocre, o que un mediocre me descubra a mí. ¿No les pasa a ustedes también?


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